8 de set. 2019

Hábitos (Bernhardiana nº 38)

Café que no sabe a café, un café absolutamente imbebible, dijo A. “El café que sirven aquí, sabes, es un café de los llamados torrefactos, aunque a mi me parece más bien un café putrefacto”, dijo. Que era un café “absolutamente no apto para el consumo humano”. Sin embargo, cada mañana, nada más llegar a la oficina, bajaba al bar y pedía un café, a pesar de que un segundo antes de llamar al camarero y también en el momento en el que éste se inclinaba solícito hacia la mesa, retorciendo invariablemente las manos en un gesto “sutilmente repulsivo”, le venía a la mente el sabor del café que servían en esa cafetería. El mismo sabor desde hacía años, dijo, un sabor tan repugnante como el retorcer de manos del camarero, que quizá le parecía repugnante, dijo, el retorcer de manos, a causa del sabor del café. O quizá fuese al revés, “quién sabe, y de todas maneras a quién le importa”. Naturalmente, se arrepentía una y otra vez de pedir café, así como se arrepentía de acudir a la terraza de esa cafetería un día tras otro. Pero de alguna manera, dijo, sabía que era inútil resistirse; así como de alguna manera Josef K. sabía en su fuero interno que era inútil resistirse a sus acusadores desde el comienzo de El Proceso, aunque fuese incapaz de reconocerlo, él mismo, en el fondo, era incapaz de confesarse a sí mismo que era incapaz de resistirse a bajar a la cafetería un día tras otro y a tomar café en esa cafetería un día tras otro. “Hábitos”, repitió A. varias veces, “Hábitos, hábitos, hábitos”, mientras vertía el resto del sobre de azúcar en la taza de café y removía metódica y sonoramente con la cuchara. “Durante nuestra juventud, creamos nuestros hábitos a tientas, y en la vejez somos esclavos de nuestros hábitos y no podemos ya escapar de ellos”, dijo. Y luego, a continuación, “Los hábitos, esa cárcel”. Siempre terminaba por sorber el resto de la taza, y si el camarero pasaba en ese momento cerca de la mesa, levantaba con una agilidad inusitada su enorme y nervuda mano y pedía, casi suplicaba, con un murmullo de voz,“¿Me puedes traer otro café?”.

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